Le llamaban loca por sonreír. Porque después de llorar horas, saber que era por el, le llenaba de nuevo. Porque viviría en la ruina por el, o no viviría, porque lucharía hasta el último aliento. Se lo entregaría todo.
Quizás estuviera loca de verdad, quizás a su corazón le gustaba el riesgo. Ella no sabía que era arriesgado a su lado. Sus principios no conocían límites.
Que más daría si el se jactaba de tener su amor o no. Que más daría si tan siquiera lo quería, o si sabía que lo tenía. Ella ya se lo había entregado, pero el no comprendía que en esta vida, lo que se da, no se quita. No lo podría devolver como un paquete confundido de Aliexpress.
Daba igual que pasasen horas, días, semanas, el tiempo que fuese sin verse. Su pensamiento siempre le hacia divagar de nube en nube, maneras y formas de demostrarle lo hermoso que le veía, pero el no creía lo suficiente en sí mismo como para aceptarlo. Le costó ver que la distancia, es algo más etéreo que una simple medida, que dependía de los confines de la confianza que hubiese depositado en ella.
–¿Quien soy yo sin el?– se preguntaba. Sabía que era alguien, pero ser algo que no quieres ser es difícil de aceptar, e imaginarse un mundo en el que cada uno fuese existente sin pensar en el otro, era demasiado aterrador como para aceptarlo.
Era probable que ninguno de los dos se llegase a dar cuenta de lo importante que era para el otro.
Ella mantenía latente la oscuridad, siempre presente, era conocida, y no quería arriesgarse a perder. Supongo que por eso le fascinaba tanto ver la luz que él entregaba a los demás. Quería acercarse tanto a el como un gato a un ovillo de hilo. Pero la curiosidad mató al gato.
El brillaba, pero su luz se iba apagando cada día un poquito más. No le importaba mientras consiguiese ver brillar a otros. Tenía una sonrisa radiante, y unos ojos que aunque titilasen, siempre hacían que ella sintiese la seguridad de que no se había marchado, de que seguiría ahí, aunque fuese en silencio.
He de suponer que ella no siempre fue oscura, aunque la oscuridad no sea mala. Pero prefirió acomodarse en las sombras, vivir ciega, a quedar cegada por la luz de su estrella favorita, porque no quería que existiese una última vez en la que pudiese observar manteniendo las distancias, la evolución de ese brillo.
Quizás fuese un error, quizás no.
Había épocas en las que estaban más cerca, las barreras desaparecían y se miraban a los ojos, pensando todo aquello que jamás se dirían por miedo, gritando todo aquello que no callaban por protección.
Una inquebrantable seguridad creada en base de delirios que escapaban a su ambiciosa comprensión.
Se habían rendido. Ambos eran unos cobardes, y eso fue lo que les condenó.
Ella no tenía la luz que el necesitaba para mantener viva su llama, y él no encontraba la llama que necesitaba para encender su luz.
¿Quien puede vivir amando a alguien con el corazón lleno de odio?, y ¿Quien puede odiar a alguien con el corazón lleno de amor?
Así terminaron, la luna y el sol, siempre juntos, pero separados por temor.
Mi pequeño universo cultural, con libros, fotos, dibujos, y por supuesto música.
viernes, 24 de marzo de 2017
Delirios de madrugada.
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